CÓMO MEJORAR LA AUTOESTIMA EN LA FAMILIA
Las familias actuales estamos frecuentemente preocupadas por la autoestima de nuestros/as hijos/as. En la sobre-exigencia que tenemos como educadores/as, nos imponemos favorecer que todo vaya bien en la crianza y desarrollo de nuestras criaturas. Intentamos fomentar que tengan autonomía, sean inteligentes, buenos deportistas, con buena capacidad de concentración, que sepan resolver problemas, sociables….y un largo etcétera. Demasiado, ¿verdad?
Hoy queremos ayudaros a simplificar, si queremos centrarnos en el factor de protección más importante para que sean adultos/as sanos/as emocionalmente, centrémonos en que tengan UNA AUTOESTIMA SANA. Tener una valoración de nosotros/as mismos/as equilibrada y sana nos va a proteger de muchos factores de riesgo en la adolescencia y la vida adulta (problemas con las redes sociales, con el consumo de sustancias y otras conductas de riesgo, la satisfacción con nuestro cuerpo, estudios y trabajo….) Por eso es muy importante que nuestra energía como progenitores se centre en ella.
Pero, a todo esto… ¿Qué es la autoestima? A lo largo de nuestro desarrollo vamos generando una imagen mental de nosotros/as mismos/as. Podemos llamar a esto, AUTOCONCEPTO. Son pensamientos, imágenes, sensaciones de cómo somos: nuestra imagen física, nuestras habilidades para relacionarnos, nuestra capacidad intelectual, nuestra capacidad de sufrimiento, etc. La autoestima es la percepción subjetiva o valoración que hacemos de ese autoconcepto. Por ejemplo, un niño puede tener el concepto de sí mismo de que es algo introvertido o “tímido”, porque ha recibido ese feedback de otras personas, familia, conocidos, otros/as niños/as (las verbalizaciones sobre nosotros/as son la principal fuente de información para formar nuestra autoestima). Esta “etiqueta” formaría parte de su autoconcepto, pero luego puede tener una valoración serena de esta característica, como “ser tímido es bueno porque te evita algunos problemas” o por el contrario teñir esta etiqueta de negativo “ser tímido es algo malo, los demás no te aceptan…”. Esta valoración positiva o negativa es realmente la autoestima.
La autoestima se va enriqueciendo rápidamente durante la infancia y adolescencia, a partir de la juventud o inicio de vida adulta se consolida, se estabiliza. Aunque puede ir variando a lo largo de toda la vida, según las experiencias que vamos viviendo y la estructura cognitiva que tengamos previamente. Por eso la importancia de los primeros años de vida en la formación de la autoestima. Volviendo a nuestro ejemplo anterior, este niño que se valoraba como tímido y no le gustaba nada esta característica de sí mismo, seguramente al enfrentarse a situaciones sociales tienda a tener experiencias menos satisfactorias ya que parte de esa estructura de pensamiento. Por eso la autoestima determina tanto nuestro comportamiento y tiende a ir buscando pruebas a favor de que soy “tímido”.
Necesitamos una autoestima con unos pilares firmes, es decir con algunas características de nosotros/as mismos/as que valoremos como positivas, es decir, tener claras nuestras potencialidades. También es necesario ser conscientes de algunas debilidades, aceptarlas, y apoyándonos en nuestros pilares (potencialidades) ser capaces de mejorarlas, si nos apetece.
Siguiendo con la comparación arquitectónica; los cimientos básicos que podemos construir las familias y educadores para sostener estos pilares de la autoestima son:
Las familias podemos potenciar en nuestros/as hijos/as este cimiento («soy digno de que me quieran»)::
- Demostrándole afecto tanto verbalmente como a través del contacto físico. La autoestima física, que tantos problemas nos da en la adolescencia, comienza a fortalecerse desde los besos y caricias que damos al bebé y les decimos que nos gustan sus pies, sus bracitos…
- Dedicándoles tiempo de calidad. En el que tengan atención exclusiva, se sientan mirados por cómo son. “Mi madre juega conmigo sin distracciones y se lo pasa bien porque soy divertido”.
- Estima incondicional: haga lo que haga, obtenga los resultados que tenga, siempre podrá contar con sus progenitores.
- Que sienta que es singular y especial. Es bueno destacarle sus cualidades de vez en cuando en privado.
- Elogiarlo de manera concreta: «Me gusta mucho los colores que has utilizado y cómo lo has sombreado» mejor que decir elogios globales «Qué bonito tu dibujo».
- Expresarles emociones positivas que ellos nos despiertan sin PEROS «!Que guapo eres¡ PERO si te cortaras el pelo» «!Que listo eres¡, PERO si no fueras tan vago» La segunda parte de la frase estropea la primera.
- Expresar emociones negativas de forma adecuada, es decir, ser descriptivo en cuanto al comportamiento y proponer alternativas. No ayuda decir: «Esto es un desastre, eres un vago, yo no te entiendo, no me esperaba esto de ti». Pero sí el decirlo de esta manera: «Tus notas son verdaderamente malas, estoy muy enfadada, debemos buscar una solución».
En general, las familias actuales cubrimos muy bien esta parte afectiva y de refuerzo de capacidades, sin embargo, vemos que nos cuesta más el segundo cimiento. Vamos a describirlo.
No sólo hay que decirle a nuestro/a hijo/a que es muy guapo/a y le queremos mucho, para subirle la autoestima, tenemos que desarrollar en ellos/as una seguridad personal que se base en una confianza en sí mismo, que sepa que es una persona competente y capaz. Si no su autoestima es de «cartón piedra» que a la menor dificultad se rompe.
Para fortalecer la autoestima de nuestros/as hijos/as, en el segundo cimiento «Soy capaz y competente», las familias podemos aportar mucho:
- Organizar sus actividades de manera que tengan más oportunidades de finalizarlas orgulloso/a de lo que ha hecho. Es mejor fraccionar la actividad en pasos más pequeños, ya que cuando el/la niño/a se ve inmerso en una actividad complicada, suele abandonar. Como por ejemplo, que recoja todo el cuarto, sin proporcionarle pistas sobre los pasos a seguir.
- No darle todo hecho, darle responsabilidades acorde a su edad.
- Darle varias opciones para que él pueda elegir. «Ahora te lavas, ¿que prefieres ducharte o bañarte?» Darle oportunidades de elección en cuestiones personales tales como su ropa, sus juguetes… según su nivel de desarrollo. “Hoy te toca colocar tu armario, ¿cuando te viene mejor a lo largo del día?
- Ayudarle a ver las consecuencias de su comportamiento. Sin juzgar. “¿Por qué crees que se ha roto el juguete? ¿Podías haberlo cuidado mejor? ¡Qué pena que te quedes sin él con lo que te gustaba! ¿Cómo podrías repararlo?
- Que tome conscientemente sus decisiones, sopesando distintas posibilidades, prever consecuencias, elegir con relación a una escala de valores. “Entiendo que quieras dejar los deberes para el domingo por la noche porque ahora te da pereza, ¿qué pasará si el domingo por la noche también te da pereza? A ti te gusta llevar los deberes bien hechos, ¿Qué crees que es mejor para ti?”
- Enseñarle mejores métodos de resolver los problemas. Si al niño se le plantea un problema, no ofrecerle consejo de manera inmediata. Pues, aunque a corto plazo resulta más cómodo, a largo plazo es mejor que él adquiera una sensación de poder resolver sus problemas. En el ejemplo anterior, a partir de cierta edad (8-9 años), permitirle que lleve a cabo su decisión aunque no sea la que nosotros hubiéramos elegido. También permitirle que reviertan en él las consecuencias, claro. Es decir, no ponernos a ayudarle con los deberes el domingo a las 10 de la noche porque ha elegido esa opción. Decirle “no pasa nada haz lo que puedas, tendrás tus consecuencias por no llevar los deberes y el próximo fin de semana lo verás de otra manera, todos aprendemos”
- Mostrarle cómo comportarse cuando está angustiado, de manera que no pierda el control de sí mismo, ayudarle a controlar sus emociones de rabia, frustración, miedo, aceptar sus sentimientos. En lugar de “No me grites” cambiarlo por “No me gusta cómo me están hablando, creo que estás muy enfadada, cuando se te pase un poco me lo cuentas bien” Entender que tengan emociones intensas, pero no permitir que influyan negativamente en los otros.
- Entrenar al niño en cómo puede influir en los demás de manera positiva, es decir saber cómo tratar a los demás (esperar su turno, no interrumpir, hacer que los demás no se sientan incómodos…). Empatizar con los sentimientos de los demás y saber cómo respetarlos, nos ayuda a sentirnos bien con nosotros/as mismos/as.
- Ayudarles a establecer límites para él/ella y para los/as demás. Poner límites no es sólo poner normas, es saber decir que no cuando algo no nos es favorable. Si no somos capaces de establecer límites o espacios diferenciados como adultos, pareja, etc en el futuro ellos/as tampoco sabrán poner sus propios límites en las relaciones con los/as demás. La tolerancia a la frustración, es decir “quiero algo, pero no lo puedo conseguir ahora”, es una de las habilidades más útiles para generar una sana autoestima: “quiero tener un cuerpo como ese chico del video de TikTok, pero igual no lo consigo nunca” Lo encajaré mejor y pondré en marcha estrategias para relativizar su importancia, si no me desborda la frustración en ese momento.
- Que se enfrenten a cuestiones de su exclusiva responsabilidad. Ej. Ir a comprar el pan, ir solo/a al colegio o al menos una parte del trayecto, prepararse su mochila (desde 1º de infantil pueden hacerlo, tienen capacidad de ir pensando que llevan en la mochila y revisarlo, aunque nos veamos en 2º de ESO revisándoles la mochila por miedo a que se vean sin algo importante y lo pasen mal. Les dejamos a veces, poco recorrido en sus conductas para que se sientan orgullosos/as de cuidarse solos/as.
Esperamos haberos invitado a reflexionar sobre lo que estamos invirtiendo a favor y en contra de la autoestima sana de nuestros/as hijos/as. Si te interesa este tema o quieres preguntarnos alguna duda, te invitamos a que comentes en nuestras redes sociales o te pongas en contacto con nosotros/as para ver tu necesidad más personal.